La cadena áurea, tan misteriosa.
Nada es realmente fortuito. Todo fluye del destino. Los procesos que configuran el destino están mutuamente enlazados en el tiempo, así como los eslabones de una cadena están formando una continuidad.
Cadena áurea la ha llamado Homero y la imagen la usan otros poetas de la antigüedad. Júpiter la va dejando caer del cielo; la cadena no se interrumpe. Ella consiste en la sucesión temporal de una causa plena y de un efecto pleno.
Si cada requisito (o pequeña causa), parte integrante de la causa plena, estuviese solo, como se busca en los laboratorios, produciría un efecto regular y fácil de identificar, salvo que el requisito proveniese de una cadena caótica y así casi misteriosa. Los efectos plenos que surgen en la realidad son resultado de la cooperación y antagonismo de muchas leyes lineales y no-lineales (estas últimas pudiendo generar soluciones caóticas) y de muchos requisitos pequeños, no de uno sólo. Estas leyes, entonces, no parecen claras. El efecto pleno es combinación de muchas fuerzas en juego. No son ni dos ni diez los mecanismos que participan en el destino presente. Casi todas las partículas del cosmos y sus movimientos, casi todas las leyes vigentes, lineales y no-lineales, son requisitos para la evolución de cualquier evento, salvo en el laboratorio, donde se disminuye artificialmente el número de causas, aumentando la regularidad con nuevas leyes claras o restricciones superimpuestas.
La realidad es el resultado, ordenado o caótico, predecible o impredecible, claro o complejo, de requisitos y causas plenas, que plasman el mundo de ahora y de aquí.
Imposibilidad de predecir el futuro
Este mundo que nos rodea, muestra en su destino actual, las leyes físicas que rigen y, además los esfuerzos o desatinos de nuestros antepasados. La matemática es capaz de darnos un atisbo de estas cosas. Un esquema de la naturaleza está circunscripto a la masa, la energía y la cantidad de movimiento. Un esquema del hombre agrega la información y la acción. Ambos esquemas completan el conjunto de requisitos. El sistema multivariables resultante es de muy difícil dominio.
De esto se desprende que se necesita una memoria prodigiosa y un entendimiento excepcional para conocer infaliblemente el acaecer futuro del mundo que nos rodea, así como de entender la realidad.
Nadie puede ser profeta. Nadie - aunque conociera el presente - veria en él al futuro como en un espejo.
Resulta imposible que una comprensión limitada prevea las cosas futuras circunstanciadamente. El cosmos tiene demasiadas partículas. Cada partícula tiene infinitos estados posibles. Las mediciones con precisión son dificultosas.
Sin embargo, ninguna mutación de los fenómenos estudiados, ninguna perturbación, puede ocurrir fuera de la envolvente que rodea a las partículas del cosmos. Suponemos que no hay nada material fuera de dicha envolvente. En principio se puede afirmar que un perfecto conocimiento con infinita precisión de todos los requisitos del presente, serviría de semilla para la predicción del futuro. Pero ese utópico infinito conocimiento no lo puede exhibir el ser humano para reconocer las causas pasadas de los efectos presentes, ni las causas presentes de los efectos futuros.
Azar o racionalidad en nuestro destino: dependen de nuestro modelo mental
Un tábano puede cambiar la historia de un continente. Al zumbar frente a la nariz de un gobernante, sumido en cavilaciones sobre la estrategia a emplear, puede desbalancear el peso de dos opciones alternativas.
Una chispa en el polvorín puede mostrar como pequeñas causas pueden provocar grandes efectos.
Los expertos en armas de fuego reconocen que una pequeña incisión en un proyectil modifica la trayectoria esperada.
Si en la batalla de San Lorenzo le hubiese tocado morir ya sea al coronel San Martín o ya sea al sargento Cabral, las consecuencias serían diferentes.
La gente simpatiza con argumentos de esta índole. Interpreta que los acontecimientos ocurren por azar y no por esa cadena áurea de causas y efectos lineales y no-lineales que el análisis educado identifica con el destino. La diferencia de cómo percibimos la realidad observada, está en nuestro entendimiento educado, nada más. Por educación, tenemos que entender que cada efecto de la cadena áurea comprende una gran cantidad de requisitos pequeños que la provocan. Los puntos de los dados tirados sobre el tapete son función de las condiciones iniciales para la trayectoria que han descripto. Al no conocer nuestros dados y nuestra fuerza en la mano con infinita precisión, usamos de sus trayectorias para divertirnos o para sufrir. Entonces lo aleatorio (de alea, dado) es algo determinístico o predeterminado que escapa a nuestras habilidades. Con un moderno aparato de fotografía enfocando el dado, se podría acertar bastante bien el resultado de tirar dados en laboratorios.
Principio de razón suficiente y realidad
¿Todo es impredecible para el hombre como analista? A veces se halla desconcertado frente a la cadena de causas y efectos, otras veces el fenómeno físico o la evolución socioeconómica, en tanto que sea lineal, le resulta predecible. El hecho es que existen razones, las razones suficientes, para esa realidad. Esto es tan cierto como que tres por tres son nueve. Sigue siendo cierto, para el analista educado, que nada hay sin razón a priori.
Frente a los fenómenos sin explicación aparente, podemos sosegar nuestro ánimo. Si hemos puesto dos veces seguida un dólar en nuestra billetera, estaríamos locos si luego nos quejamos al encontrar en ella dos dólares en lugar de los tres que necesitamos. Las leyes de cambio de la naturaleza lo contabilizan todo, si se conocen con precisión las condiciones iniciales en el caso no-lineal.
Uno se podría lamentar: "me enfurezco porque solamente introduje dos dólares en la billetera; de haber introducido otro, tendría lo que necesito.".
Por analogía, apreciamos que la naturaleza y la acción humana también tienen sus límites. El resultado de las leyes, a veces claras y otras turbias, consiste en que el destino nos muestra la realidad que está ocurriendo y omite mostrarnos la posibilidad que quedó eliminada de antemano. Lo que no está provisto, no ocurre. Es tan absurdo reclamarlo como exigir de la billetera cuanto no se metió en ella.
Ese reclamo adopta formas aparentemente racionales.
Si momento a momento, la realidad obedece a causas preexistentes, ¿no estará todo en semilla ya en el momento inicial de la creación?
¿No podría el presente ajustarse más a nuestro gusto?
¿Se podría conseguir que ningún niño sufriera?
Cuando la evolución de un proceso sigue una dada trayectoria temporal y no otra alternativa, hay siempre una causa plena, a veces sutil para nosotros, que la determina a ello. Sin embargo, la educación consiste en saber que las causas, a veces sutiles, infaliblemente están presentes y las leyes, superponiendose en conjunto, a veces entran por la ruta hacia el caos, donde el camino seguido es fuerte función de las condiciones iniciales.
Primera categoría - el optimista filosófico
En este punto concreto hay dos tipos de humanos. Uno está en equilibrio con el estado presente de las cosas y goza con alguna alegría de este presente, en tanto que tiene su razón suficiente de mostrarse como se muestra; y otro que está en desequilibrio y enemistado con el presente y sufre con él.
En la primera categoría se acepta que todo el pasado, globalmente, es un bien por ser real. Tal ser humano está razonablemente optimista y feliz, aunque no paralizado.
La parálisis es la negación de la quietud espiritual dinámica. Por consiguiente, emprende algo todos los días, en actitud de servicio hacia la comunidad y para aumentar las relaciones familiares, ingresos, amigos, poder, placer de vivir, información. El pasado está cristalizado y es inamovible. El futuro puede ser modificado. Cree que hay que modificarlo pues depende de nosotros. Ve claramente nuestra tarea pindárica: serás lo que hay que ser o no serás nada. Acepta un pasado igual. Pero no un futuro igual. Lucha por mejorarlo. El esfuerzo debe ser sostenido. Como señalan las Sagradas Letras (Mt.24.13) sólo tendrán buen éxito los perseverantes.
Si nuestra acción no tiene buen éxito, después de un perseverante esfuerzo sostenido en el tiempo, es porque el desarrollo de las cosas presenta aún inmadurez para incorporar el cambio por el cual hemos perseverado. La sociedad ideal absoluta no coincide, es obvio, con la sociedad real resultante de lo factible. Pero la sociedad factible es "mejor", por ser real, por tener máxima "cantidad de esencia", que la utópica, que carece de realidad y de esencia.
Segunda categoría - el pesimista
En la segunda categoría de seres humanos, somos enemigos del estado de las cosas y de nuestro particular destino. Estamos optando por otra física, por otra sociología, por otro ser humano, por otras leyes más claras que generen otras realidades más queribles, por un dios diferente que seleccione de otra forma las leyes que, así como están, no nos convencen.
Por cierto que no podemos ver con nitidez cuál es el correcto marco de referencia, el correcto sitio de observación, para apreciar lo que nos sucede y disgusta.
Para estas idiosincrasias humanas, siempre se les podrá hacer ver otro marco de referencia más adecuado para visualizar el sentido oculto de la cadena áurea, de la realidad donde estamos. Pero entre los humanos de la segunda categoría muchos no aceptan que haya sentido oculto alguno en la cadena áurea. Tenemos que mirar, a este respecto, con los ojos de la mente allí donde no podemos estar con los ojos del cuerpo.
Esto se clarifica con un ejemplo. Cuando se contempla el curso de las estrellas, resulta un dibujo intrincado. Los astrónomos demoraron siglos en reducirlos a reglas adecuadas. Son tan difíciles e incómodas que Alfonso el Sabio, rey de Castilla, afirmó, después de considerarlas, que si Dios lo hubiese convocado al crear el cielo, él le hubiera dado buenos consejos para simplificar las trayectorias astrales.
Con el pasar del tiempo, nuestro Copérnico averiguó, por fin, que los ojos del observador deben mirar desde el sol. Así las predicciones resultan simplísimas. Resulta visible el sentido oculto de los movimientos planetarios. Laudable quien investiga el mejor marco de referencia para las leyes combinadas del rompecabezas de los fenómenos naturales y humanos. Sería triste y absurdo que al final hubiese que reconocer que la falta de conocimiento confiere ventajas al ignorante frente al investigador. La acción guiada por el conocimiento siempre resulta más positiva que la inoperancia por desconocimiento. A medida que el investigador se acostumbra a dilucidar conflictos y procesos, palpa cada vez más la condición extraña y casi misteriosa de la realidad positiva, sujeta frecuentemente a leyes no-lineales.
La armonía final
El conocimiento "perfecto" es la comprensión del efecto resultante de todas las causas que obran sobre un sistema en estudio, sobre la realidad. Cuanto más causas incorpora uno para que concilien con las anteriormente consideradas, tanto mayor es la perfección entendida. La perfección es la comprensión de la realidad positiva. Nos acercamos a ella con cada nueva causa colaborante descubierta. Hay disonancias en la cadena áurea. Está hecha de orden y de caos, que en conjunto, forman una estructura superior, anypejthynos, la armonía final. El orden es, a veces, estéril, porque puede semejar a un prolijo cementerio; el caos disipativo es, a veces, fértil, porque promueve las autoorganizaciones. Como Dios prefiere las leyes simples y fértiles, que maximicen la variedad de fenómenos, necesita apelar al caos, aún al precio de conspirar contra la regularidad de la naturaleza. En el caos está la disonancia.
Muy misteriosa es la respuesta humana a la música. No le place al humano ni la cacofonía muy desordenada, ni la pobreza musical del orden regular. Esto es pequeña muestra de la arquitectura de la evolución de procesos. No conviene ni un orden sin caos ni un caos sin orden. No conviene ni unas pocas leyes solo lineales sin no-linealidad, ni unas pocas leyes solo no-lineales sin linealidad. La mezcla es la mejor posibilidad.
Dos reglas finales
Nuestra posible actitud frente a la armonía final, a la armonía de orden superior que caracteriza a los eslabones de la cadena áurea, se plasma en apenas dos reglas.
Primera, que tengamos por explicables en principio todas las cosas y explicables, tambien, todos los acontecimientos del pasado, como si los estuviesemos viendo desde el punto de mira correcto.
Segunda, que tratemos de enderezar todos los procesos donde podamos actuar y que apuntan al futuro, en cuanto de nosotros depende y segun nuestra mejor noción individual, buscando el escurridizo punto de mira correcto.
La primera regla nos acerca por ahora a una quietud espiritual tentativa. La segunda nos pone en marcha, en el camino hacia una condición más valiosa para todos nosotros, en tanto en cuanto que estamos contribuyendo como requisito a ella.
Leibniz, GW - Del destino - en G.W. Leibniz, Escritos Filosóficos, editados por Ezequiel de Olaso, editorial Charcas, 1982.
Artículo publicado en Holding, Año 1, No1, 1990, p.38Otros "Fuera de la Nada"
29.mar.2000
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"Temas Máximos" recopilados por Carlos von der Becke.